Comentario
La evolución histórica que puede identificarse con el período de la edad oscura significó también en el plano religioso la sistematización de los cultos, en el tránsito de los palacios a la ciudad, de la prehistoria a la historia. Junto a los cultos panhelénicos, relacionados con el desarrollo de los grandes santuarios, en torno a antiguos restos de centros religiosos micénicos, pero también de otro tipo de huellas, sobre todo si contenían testimonios que pudieran interpretarse como fragmentos corporales de héroes del pasado, se concretaron formas culturales que aprovechaban las huellas del pasado para exaltar figuras semidivinas con las que vincular las estirpes de la realeza y de la aristocracia, que así afirmaban su poder. Sin embargo, paralelamente, al producirse el nuevo sistema integrador representado por la polis, la comunidad misma tiende a asumir funciones religiosas en las que se manifiesta colectivamente, como comunidad cívica. La devoción, que en las primeras manifestaciones arqueológicas del renacimiento griego se dirige a los héroes, tiende, en el mismo proceso formativo de la ciudad, a prestar atención preferente a los dioses protectores, de la polis o de las cosechas, dioses que marcan el calendario cívico y vinculan a la colectividad con su pasado como entidad social, divinidades poliadas, en la Acrópolis, o extraurbanas, protectoras de los campos y del territorio cuyos límites señalan con su presencia.
El templo es una creación del renacimiento. Aquí se recoge arquitectónicamente la tradición micénica. En su funcionalidad, sin embargo, se señalan principalmente el altar, el lugar de los sacrificios, generalmente heredero de un lugar que se reconoce por las huellas dejadas por las cenizas de los animales sacrificados, y el témenos, el recinto que puede identificarse con el primitivo bosque sagrado, donde se selecciona un espacio marcado y señalado entre árboles, lugar primitivo de reunión, adonde acuden las comunidades de cazadores para el reparto del botín y para hacer partícipes a las divinidades que han colaborado con su ayuda sobrenatural al éxito de la empresa. Ahora, como símbolo de la colectividad cívica, el lugar se marca arquitectónicamente.
Los dioses que ahora reciben culto son principalmente los miembros sobresalientes del panteón olímpico, sobre todo Atenea y Apolo, junto con el padre de los dioses, Zeus, y su esposa Hera. Con ello se produce una nueva coincidencia entre la tendencia a formar entidades reducidas, donde se identifican y afirman las comunidades tribales, y la que conduce a la cultura panhelénica, como forma de expresión de la solidaridad aristocrática, vinculada a un pasado institucional que se refuerza en el movimiento hacia la recuperación. Ahora bien, los cultos locales son al mismo tiempo herederos de las prácticas ancestrales, expresión de las preocupaciones del grupo por la propia reproducción y la garantía de los medios de subsistencia. Por ello, los templos se convierten en objeto de las ofrendas de los jóvenes que entran en la edad viril o de las doncellas que se disponen a convertirse en esposas o madres y, sobre todo, en los santuarios extraurbanos, en objeto de practicas simbólicas de la fertilidad de los campos y la fortaleza de los jóvenes, como las que se revelan en la historia del Cleobis y Bitón, que llevaron a su madre al templo de Hera uncidos al carro en sustitución de los bueyes. Los ritos de fecundidad y de kourotrophia, de la crianza del kouros, del joven que se transforma en hombre, se juntan como partes de una misma preocupación reproductora. Las korai y los kouroi vienen a representar la imagen plástica del culto cívico, aglutinador de las preocupaciones de una colectividad cuya actividad agraria se manifiesta ahora en el marco de una ciudad, donde el matrimonio se transforma en acto público y la fuerza del joven se aprovecha colectivamente en la función militar.
La ciudad se convierte así en el marco de los cultos cívicos. En ella perduran los cultos agrarios que tienden a pervivir en ese mismo marco, más o menos adaptados alas nuevas formas de vida, pero, en cualquier caso, conservando gran parte de su sentido originario, sobre todo en festivales de tipo femenino, como las Tesmoforias o Adonías, que sobreviven al tiempo que marcan el sentido preciso de la polis, crisol privilegiado de la síntesis entre ciudad y territorio.